Cuando era niña me encantaba andar en las nubes: miraba por
la ventanilla del avión, comía los dulces que repartían las sobrecargos y
pensaba que volar no tenía peligro.
Crecí y cuatro aspectos me asustan de andar cerca
del cielo. Siento los pelos de punta, el corazón hilando desde el mismo
despegue, recorrido, las turbulencias y el aterrizaje.
Recientemente en mi viaje a Cuba, de regreso a México,
anduvimos dando vueltas porque habían zonas turbulentas y tráfico aéreo.
Con cada movimiento brusco, observaba las puertas de
emergencia, pensaba en que si había una falla cómo sobrevivir pues nunca
me he lanzado de un paracaídas ni usado los chalecos de los que siempre hacen
demostración las aeromozas. Si daría tiempo, o se abrirían las puertas...
Estos pensamientos se avivaron en mi mente un poco más, con
el accidente ocurrido en Cuba hace pocos días. Cuánta agonía y desesperación
habrán sentido esas personas, cuántas historias sin escribir, experiencias
truncadas, vidas de menores interrumpidas. A más de cien se les detuvo el
reloj, se les acabó el tiempo.
La humareda nubló el cielo y pintó de gris las nubes. El
llanto oprimió el pecho de muchas familias de pasajeros fallecidos, mientras la
esperanza vive en parientes, cubanos y extranjeros, solidarizados con tres
luchadoras vidas que están tratando de vencer a la muerte.
Cuando subes a un avión experimentas un momento diferente.
Si todo sale bien puedes elevarte, ver desde arriba toda la materia y lo
pequeño que es aquello por lo que tanto nos afanamos, pero si algo catastrófico
ocurre, probablemente pierdas lo más grande y valioso que existe: la
oportunidad de vivir, crecer, equivocarse y admirar las maravillas del mundo.
Hay lugares a que solo se llega en avión debido a la
lejanía, accesibilidad y recursos económicos, pero por andar en lo alto no
olvidemos dejar la mente y el alma en tierra. Valoremos lo más importante: amar
a las personas que nos importan y demostrárselo, porque jamás sabremos
cuando podría ser nuestro último vuelo.
Que Dios guarde en su regazo a los ángeles víctimas del
accidente aéreo en la Habana y nos permita subir, ascender... que nuestras alas
batan con fuerza hacia los buenos rumbos del tiempo.
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