miércoles, 11 de octubre de 2017

Cuando la tierra tembló en México.

imagen de google
Antes de que mis pies tocaran suelo mexicano, ya había escuchado que temblaba, mas imaginé que se trataba de un movimiento de tierra sin grandes consecuencias. Pensé que sería similar al que sentí una vez en Santiago de Cuba, cuando el terremoto que sacudió Haití.

En aquel momento recuerdo que estábamos en el Colegio la Salle de la ciudad Héroe, segundo piso; recibiendo las clases de Inglés, método Interchange. De repente todo comenzó a moverse. Solo atinamos a quedarnos en nuestros asientos, que se balanceaban de un lado a otro, mientras nos mirábamos con caras de soltar las risas, pues lo veíamos como algo gracioso e inesperado.

Acto seguido bajamos y todo permanecía  igual: sin daños materiales ni humanos. Así continué viviendo ese día y los restantes. En tanto Haití, respiraba podredumbre, destrucción, muertes crecientes, ´´Santiago seguía siendo Santiago´´.

Por ello, exceptuando el hecho de sentir unos pequeños vaivenes terrenales entre mis zapatos, nunca supe la magnitud de lo que es, vivir un fuerte temblor, hasta este 19 de septiembre de 2017. Apenas en estos momentos puedo escribir, pues antes se me congelaron las palabras.


Pensar que me levanté rutinariamente sobre las nueve y media de la mañana. Antes había despertado 3.50 am a encender el boiler. Posteriormente a las 4.20 a tener listo el desayuno de mi esposo. Me había dormido como 5.30 y otra vez me despertaba. En mi celular había un mensaje de mi cónyuge, que a las 11.00 am, harían un simulacro de un sismo para que las personas supieran como resguardarse y localizar zonas de evacuación.

Durante los últimos años, desde el terremoto acaecido un 19 de septiembre de 1985, se ha activado en esa fecha la alerta sísmica: un dispositivo relativamente nuevo y que únicamente existe en la ciudad de México.

Dicho sistema permite avisar 40 segundos antes, depende la cercanía del sismo, para que tengamos la oportunidad de tener respuesta rápida y aseguramos lo mejor posible, en el lugar donde estemos.

Yo permanecía tranquila, me fui al trabajo y entrando a las 11.00 de mañana se activó la alerta sísmica. Mis compañeros y yo bajamos hacia el área de recibo, que teníamos más cerca en ese momento. Terminó el simulacro y me incorporé a laborar.

Habían pasado unos minutos después  de la una de la tarde. Estaba terminando de atender un cliente, justo cuando las paredes y el piso temblaron fuertemente. Me lancé a correr. Nunca había vivido algo así. Olvidé mantener la calma, buscar el estacionamiento, que es zona segura por estar alejado de árboles, construcciones y cables eléctricos.

Relativamente cerca tenía un cajero automático y una señora al ver mi cara de espanto, me sugirió que ahí me quedara. Los ciudadanos estaban desesperados, asustados; habían gritos, rezos. Sentía todo crepitando.

Sufrió daños una instalación de agua y me puse más nerviosa aún, la gente obstruía la salida y cuando finalmente estaba afuera, crucé la calle y me puse en medio de árboles, con la sensación de que podía morir. 

Solo miraba al cielo, pedía a Dios que no cayera nada sobre mí. Pensaba en mi esposo, en el departamento, en mi mamá, mi hermano, en mucho más…

Fueron segundos larguísimos, de pánico... y cuando todo pasó, no podíamos entrar, tenían que revisar que las afectaciones no fueran tan severas en nuestro trabajo para que estuviéramos seguros y a salvo, de un derrumbe posterior. También esperamos el posible registro de réplicas en ocasiones, más fuertes que el terremoto mismo.

Cuando pude recobrar el sentido común me incorporé al estacionamiento con mis compañeros. En la calle se veían los coches transitar muy rápido, las personas desde sus celulares intentando comunicarse con su familia.

Había mucho desconcierto, cuestionaban que la alarma no había sonado a tiempo. No teníamos servicio para efectuar llamadas. Solo las redes sociales funcionaban y con poca cobertura, saturadas.

Afloraban los abrazos, las lágrimas, las palabras de aliento…
Cálmate todo estará bien,  me decía una señora que tría a su hijo. Cuando me pude comunicar con mi esposo me entró un alivio grande, solo faltaba saber cómo había quedado el departamento.

Entramos a nuestro centro de trabajo y nos pidieron recoger todo lo que había caído. Entre tanto circulaba en las redes imágenes de los edificios que se habían derrumbado, convertidos en polvo y escombros en un instante. Fue horrible saber que no se trataba de películas, la tragedia estaba ocurriendo en la vida real.

Como dos horas más tarde tuvimos que seguir trabajando, armarnos de valor y mente fría para volver a concentrarnos, mientras la tristeza rondaba muchos ojos. Me dieron mi hora de comida y fui a la casa.

En el camino parecía que no había temblado. No se veían demasiados estragos, salvo una barda con poquitos escombros y estaba mi edificio en pie, gracias a Dios, luego de haber soportado también el terremoto de 1985.

Subí las escaleras con mucho cuidado, alarmada. Abrí la puerta pensando que quizás estaba todo tirado, pero mi grata sorpresa fue encontrarlo en su sitio. La pintura  de ´´La última Cena´´, que tengo en la sala estaba intacta. Solo un poco movida la virgencita y las puertas de los dormitorios cerradas, así como abiertas, las de la despensa.

Gracias a Dios para nosotros fue el gran susto, pero otros vivieron muchas desgracias. Perdieron su hogar, familiares, su vida ya no es igual. Las cifras que han dado medios de prensa como el periódico Universal son ´´331 fallecidos´´. Sumándole a esto que hay decenas de edificios que colapsaron, otros en peligro inminente de derrumbe y desaparecidos.

La revista Forbes registra el sismo del 19 de septiembre de 1985 como el segundo más devastador de la historia de México, que se localizó ´´ en las costas de Michoacán a las 7.17 horas´´´.

Oficialmente reportaron la muerte de  ´´5,000 personas´´, no obstante, otros estudios relevaron ´´más de 10,000 decesos, cerca de 50,000 heridos, al menos unas 250,000 personas sin hogar, más de 770 edificios colapsados o severamente dañados y pérdidas económicas que representaron el 2.1% del Producto Interno Bruto (PIB) nacional y el 9.9% de la Ciudad de México´´. Estos según datos publicados por la revista Forbes.

¿Qué quedó después del terremoto del 19 de septiembre de 2017 en México? Muchas voluntades, solidaridad creciente, gente que se metió a rescatar vidas a los escombros, que compró despensas de sus ahorros para ir a donarlos a los damnificados.

Vivir algo así: el impacto de un terremoto, es terrible, sobre todo porque no nos preparamos lo suficiente para esto. No es un huracán que aunque sea de categoría cinco, hay pronósticos. Esto irrumpe de momento y sacude todo, hasta el alma, si vives para contarlo.

Después, quedan muchas personas traumadas, no se duerme bien, temiendo no escuchar la alerta sísmica: esos segundos de pavor donde no sabemos cómo vendrá el jalón. Se levanta uno cansado, con la fe en Dios y temiendo de lo que pueda ocurrir.

Pasando por esta experiencia, creo que nos dejó una gran lección. Temblemos de amor y no de miedo a no haber vivido, en el momento que la tierra llama. Siempre hay ocasión para recomenzar, recordaremos que mucha gente inocente murió, que nos toca vivir dignamente, el aquí, el ahora,  para que su muerte no haya sido en vano.

La existencia se nos puede acabar en unos instantes: es tiempo de vivir en paz, unidos y más felices, despreocupados de tantas posesiones materiales y ocupados de más valores en nuestro corazón. Fue el mensaje que me dejó la tierra, cuando tembló…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario