Frank Fernández y Silvio Rodríguez en Mayarí. |
El séptimo día del mes de junio a las siete de la noche, la
plaza Martín Meléndez Pitaluga, - que debe su nombre al fundador de bandas
de música que tuvo Mayarí – estaba a punto de presenciar a dos grandes artistas
de la música cubana, tocando para el
público de barrios humildes, en su propio escenario.
Silvio Rodríguez y Frank Fernández, guitarra en mano y
dedos a las teclas, ofrecieron un concierto de lujo, con la bandera cubana en
la palestra, iluminada en su estrella y hasta la lluvia que en pequeñas gotas caídas
del cielo, quiso adornar los merecidos aplausos, las continuas canciones, las
tonadas…
Comenzó el maestro universal de las teclas, Frank
Fernández, con el Ave María, dedicada a su madre Altagracia Tamayo, quien creara la primera academia de piano de Mayarí, adscrita al conservatorio Orbon. Recordó que en la casa de los Meléndez
del valle mayaricero, escuchaba a Sindo Garay y en las notas mostraba los
sentimientos, los recuerdos de su madre, de aquellos años de niño en que vivió
su tierra natal día a día.
Frank Fernández en su suelo, otra vez con el amor
renovado, limpio de los hombres humildes, universales, pero más grandes aún por
su sencillez, interpretaba el ave maría, una suerte celestial que sacó las
lágrimas de algunos terrenales como nosotros.
Luego invitó a la clarinetista Niurka González y juntos
hicieron un movimiento del compositor austriaco Wolfgang Amadeus Mozart, con
sonidos que imitaban a los pájaros, nos transportaron la magia de la naturaleza,
progenitora de la belleza y la creación.
Después de una siciliana de Juan Sebastian Bach
entregaron un cuadro al maestro Frank, confeccionado por el pintor mayaricero
José Andrés Sánchez Torres.
Inició Silvio Rodríguez con sus canciones, pero antes le
entregaron la punta de sílex, símbolo del territorio, convirtiendo en hijo
ilustre de Mayarí, al representante de la nueva trova en Cuba.
Cantó Cita con Ángeles, Corazón, y en la medida que seguía
con su repertorio, el auditorio de pie en la plaza, aplaudía, los acompañaba,
terminó con Ojalá a petición del pueblo de Mayarí y todos los artistas se
tomaron de las manos, fueron al centro del escenario mientras vibraban los palmas,
los gritos de bravo maestro y gracias Silvio.
Fue un séptimo día del mes de junio a las siete de la
noche para el recuerdo, momento sagrado que recogerán las páginas de la
historia de Mayarí y la cultura cubana.